/photos/134/134048248/1649604254298.png)
Publicado: 10 de Abril de 2022
Nuestro ritmo de vida, las condiciones laborales, la incertidumbre, la complejidad de las relaciones o las expectativas que ponemos sobre nosotros mismos hacen que el estrés sea el gran protagonista de nuestro tiempo.
La fatiga mental es el resultado de una presión emocional, psicológica o intelectual continuada, que disminuye o altera nuestra eficiencia mental y nos hace sentir ansiosos, deprimidos, irritables y con una sensación de agotamiento que no está justificada por la actividad física.
La ciencia ha demostrado que los pensamientos pueden llegar a provocar dolor físico: Jaquecas, insomnio, problemas de memoria o úlceras estomacales pueden ser debidas a una respuesta de nuestro organismo ante una situación de estrés que nos desborda.
Nuestra respuesta fisiológica ante una situación estresante se da en 3 etapas:
1.- Fase de alarma: Detectamos la presencia del estresor
2.- Fase de adaptación o resistencia: Se moviliza nuestro sistema para recuperar el equilibrio interno u homeostasis.
3.- Fase de agotamiento: Si el estresor se prolonga en el tiempo surgen las alteraciones relacionadas con el estrés crónico o la fatiga mental.
Independientemente de cual sea la situación estresante, nuestro cuerpo ofrece la misma respuesta a lo que nuestro cerebro entiende como una emergencia: aumenta el ritmo cardíaco, la frecuencia respiratoria y la presión arterial, a la vez que se liberan proteínas y células grasas, todo ello con el fin de que nuestros músculos tengan la energía suficiente para pasar a la acción.
Mientras aumenta nuestra activación en general, se inhiben otras funciones de nuestro organismo ya que toda la energía se concentra en lo que está pasando aquí y ahora. De esta forma, disminuyen los procesos digestivos, los de crecimiento, reproducción o la formación de anticuerpos del sistema inmunitario. Esto hace que, con el tiempo tengamos malas digestiones, problemas en las relaciones sexuales o que seamos presas de todos los virus.
Todos sentimos estrés en momentos puntuales de nuestra vida, y generalmente se trata de un proceso adaptativo en el que nuestro sistema hormonal, circulatorio y endocrino se alinean con nuestras necesidades para aumentar nuestra atención y motivación y mantenernos en estado de alerta para enfrentarnos a una amenaza o un reto. Sin embargo, el estrés continuado o distrés provoca un desequilibrio que nos agota y afecta a un gran número de funciones físicas y psicológicas deteriorando nuestra salud en general.
Además de las situaciones reales que activan nuestra respuesta al estrés, hay personas que tienen tendencia a crearse preocupaciones innecesarias, anticipando escenarios llenos de riesgos y amenazas o recordando situaciones del pasado que ya no pueden cambiar. La sobrecarga entonces no viene producida por factores externos sino por nosotros mismos y nuestros pensamientos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) habla actualmente de fatiga pandémica derivada de la hipervigilancia a la que estamos sometidos desde que empezó la pandemia. El miedo a la enfermedad o a sus consecuencias económicas, la incertidumbre o la falta de contacto con los seres queridos está haciendo que cada vez más las consultas de psicología estén llenas de personas con síntomas de cansancio, ansiedad y depresión.
Los psicólogos no podemos cambiar las circunstancias, pero podemos acompañar en el cambio de actitud y de hábitos de nuestros pacientes para mejorar su respuesta ante el estrés o la fatiga mental.
Algunos consejos para combatir la fatiga mental pueden ser:
a) Cuida de tu cuerpo: Es importante alimentarse bien, hacer deporte y dormir las horas necesarias. El estrés es un gran consumidor de energía y cuando se da de forma continuada, nuestras reservas se agotan. Pero más allá del ejercicio, la comida y el sueño, dedicar tiempo de calidad a tu bienestar físico con actividades como la meditación, el yoga o ir a un spa redundarán en tu salud emocional y psicológica.
b) Planifica el presente: Aceptar la realidad es el primer paso para poder cambiar las cosas. Cuando nos movemos en escenarios futuros o pasados nos volvemos inoperantes y nuestros pensamientos entran en circuitos cerrados de los que no obtenemos soluciones.
c) Practica el optimismo: Los pensamientos negativos tienen patitas y vienen solos. A los positivos hay que ir a buscarlos. Nuestro cerebro está programado para detectar amenazas y por ello suele inundarnos de pensamientos alarmantes para así ponernos a la defensiva. Reconocer y neutralizar estos pensamientos negativos y almacenar positivos a través del recuerdo de nuestros logros y fortalezas es una gran herramienta motivadora.
d) Céntrate en tu círculo de influencia: Ciertamente hay cosas que no podemos cambiar pero siempre hay algo sobre lo que podemos tener alguna influencia. Enfocar nuestra atención sobre aquellas cosas que no dependen de nosotros nos conectará con la rabia y la frustración, mientras que centrarnos en nuestro círculo de influencia nos hará sentir más competentes. Como dice el Dr. Viktor Frankl, “si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”.
e) Recupera el control de tu tiempo: Planifica tus metas y cíñete al plan establecido. Priorízate y no trates de complacer a todo el mundo. En ocasiones nos vemos influidos por unas expectativas o una auto-exigencia que son poco realistas y nos hacen ver el mañana como una gran marea de actividades incumplibles con lo que acabamos tirando la toalla y sintiéndonos frustrados al final del día.
f) Expresa tus emociones: Poner palabras a lo que sentimos facilita mucho el equilibrio emocional. Un ejercicio que utilizamos en terapia es pedir a nuestros pacientes que escriban aquello que les preocupa o les causa estrés tomando conciencia de lo que sienten. Esto les permite identificar mejor sus emociones y aprender a regularlas rebajando su intensidad o sustituyendo unas por otras. Por otra parte, compartir nuestros sentimientos con otras personas también tiene un efecto terapéutico que puede ayudar a que una sensación negativa disminuya o incluso que desaparezca.
Para terminar, recordar que no estamos solos. Detectar los primeros síntomas y pedir ayuda puede ser la clave para no desarrollar una sintomatología más grave y que sería más difícil de paliar.
Inés de Caralt Casanova
Psicóloga Col. nº 23.991